Y llegaste tú...

Tú. Tú que llenas mi corazón de felicidad. Mi boca de suspiros, y mi mente de tu imagen. Tú, que haces sacar lo mejor de mí. Las mejores sonrisas, las mejores miradas, los mejores sentimientos de amor que he podido tener alguna vez.

El chico la mira a los ojos, con ese brillo que delataba el sentimiento por aquella chica. Cada uno sabía lo que sentía el otro, pero algo les impedía acercarse. Como si no se pudieran mover. Él extiende el brazo, con ánimo y ganas de tocarla, sentir su piel tan suave como el terciopelo. Ella hace lo mismo. Se sonríen y se hacen cómplices. El amor aflora en el ambiente. Los rayos invisibles que traspasan sus miradas, lo dicen todo. Las mariposas en el estómago de la joven. El corazón bombeando fuerte en el pecho del chico. El silencio otorgaba los sonidos de sus cuerpos en cada oído. Uno escuchaba el aleteo de las alas. La otra escuchaba la melodía que producían sus latidos.

Soy tu dulce y venenoso deseo. Ese amor sin intención de desaparecer. Vade retro, alter ego, no te vayas, me ahogo en esta vida. Todo lo que deseo es estar junto a ti cada día y no sufrir. Eres la mujer que aflora en mis sueños y siempre quiero estar contigo.

Un esfuerzo sobrenatural, hizo remover la arena bajo las suelas de ambos. Pudieron moverse para acercarse más y sentir el tacto de sus manos en la piel. El roce y el aliento del respirar que emanaba de sus bocas. Al fin el contacto se realizó, pudiendo saborear el fruto de sus labios. Profesar el amor que tenían mutuamente.

Cada día se citaban en el mismo lugar. Su amor cada vez crecía mucho más de lo inesperado. En el mismo momento se tendían las manos y se rozaban, sintiendo la electricidad del grandioso amor. Siempre se besaban como si fuese el último, y regresaban de donde vinieron. Nunca se había podido ver un amor tan verdadero y cristalino como el agua. Tan puro como las flores y el aire que se respira.

La gente será dichosa de sentir tal sentimiento por alguien que puede ser, su alma gemela.

Beita

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