Ella… engañaba a escondidas con los hechos, él… llevaba en
su boca el carmín de otros labios.
Ninguno de los dos sabía lo que hacia el otro a solas, pero actuaban como si no pasase nada.
Cuando estaban juntos eran dos enamorados que se comían el mundo, pero por dentro estaban demasiado vacíos como para alimentar sus entrañas. Sentían la felicidad en un bis a bis, entre rejas y sin poder tocarla en su plenitud.
Ninguno de los dos sabía lo que hacia el otro a solas, pero actuaban como si no pasase nada.
Cuando estaban juntos eran dos enamorados que se comían el mundo, pero por dentro estaban demasiado vacíos como para alimentar sus entrañas. Sentían la felicidad en un bis a bis, entre rejas y sin poder tocarla en su plenitud.
Creían que sus corazones revelaban el verdadero amor, pero
lo único que habían hecho era marcar hoyos formando letras sin sentido;
teniendo en relieve la desolación.
Habían pulido con un cincel el desaliento y el fracaso más
puro. Tenían fecha de caducidad como el único yogurt en una fría y solitaria
nevera, y aun así se arriesgaban cada día a vomitar los sueños, a vomitar los
sentidos, a aturdirse hasta el punto en que pierdan el norte.
Se agarraban a un clavo ardiendo, sintiendo que eso era lo
correcto. Sus sentimientos estaban nublados, mientras que el humo del tabaco que
fumaban otros oscurecía sus corazones.
Él… buscaba aromas en otros besos, vidas duraderas en polvos
instantáneos. Ella… buscaba amor en otros brazos, escarbaba felicidades pasadas
en palabras presentes que solo la arrastraban a un futuro taciturno.
¿La solución? Él… mirar otros pechos imaginándose que es
ella y cosiéndose las heridas, sonriendo que no sucede nada. Ella… observar con
expectación la quinta esquina de su habitación, sintiéndose enamorada y dejando
la vida pasar.
¡Nos leemos!
¡Gracias por venir!
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