Una parte de ti, se consume…

¿Cómo sabes que estás en el lado correcto? ¿Cómo actuarias si le pasase a alguien de tu alrededor?

No. No lo sabes ni te paras a pensarlo. No se trata de elegir un bando. No se trata de intentar ponerte en la piel del otro para entenderlo. Solo sabes entenderlo cuando realmente te ha sucedido a ti.

Un sentimiento en tu corazón empieza a brotar. El dolor en tu costado no te deja respirar con normalidad. Tu respiración agitada te asusta y te hace perder más oxígeno indebido y necesario.

Sabes que si eliges no podrás volver a rectificar. Es peor que una guerra y te encuentras en la línea fronteriza de cada enemigo.

Comienzan los gritos, las bombas en forma de palabras. Las metralletas en frases que no paran de salir de tu boca. Ni de la de ella. Cada bala es escupida de los labios que tienes enfrente. Algunas te dan de lleno en el corazón. Otras en otras partes del cuerpo que las notas, pero no reparas en ellas.

Lo malo; que sangres, derramando cada gota por cada orificio y ella no lo vea. Y lo remata ignorándote, o lo que es peor, te suelta otra bala. Otro disparo directo sin medir las consecuencias.

Y te quedas mirándola. Con rabia, ira y tristeza. Es tu propia madre la que te hace todas esas fechorías. Todo ese dolor en tu cuerpo lo provoca ella con sus palabrerías de acero. Y no sabes qué hacer. Quieres herirla de la misma manera, pero no te sale. Sabes que si llora se te cae el alma, el corazón y el mundo al suelo.

No puedes disparar. Le gritas algo que crees que ha escuchado por el volumen de tu voz, por el volumen del sonido de las balas golpeando en el aparato de metal antes de caer a la superficie.

Lo piensas, y lo mejor que puedes hacer es marcharte. Irte solo con tu soledad, con tus heridas que derraman sentimientos.

Lloras a tu merced. Como si no hubiera un mañana y no fuesen suficientes los agujeros imaginarios por tu cuerpo. Notas el olor de la sangre. Comienzas a desvariar, mirándote si de verdad estás herido. Y ahí, en ese preciso momento, te das cuenta que las heridas van por dentro. Que la sangre se derrama en tu interior y que solo rezas para que se cicatricen solas. Piensas y esperas que no sangren demasiado para poder algún día perdonarla.


Te das cuenta que todo empieza por el mismo motivo. Día sí y día no, os bombardeáis por el otro bando. Uno creyendo que lo defiende y el otro creyendo que no tiene el suficiente apoyo para vencerlo. Y así, daño sí y tristeza también, será el cuento de nunca acabar.

Es mejor retirarse a tiempo. No guardarle rencor a ninguno de los dos, pues en tu vida son importantes. Son los que te dieron la vida, y ahora con su guerra, te la están arrebatando.


Enterado de la historia, ¿qué opinas?
¿Serás capaz de entenderlo, o elegirías el lado correcto?

Yo, soy idóneo de entenderlo; pues es mi historia. El lado correcto… aun lo pongo en duda. Elijas lo que elijas, será una decisión errónea.

Beita

¡Nos leemos!

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