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Lecturas

martes, 7 de febrero de 2012

La tienda...

Se encontraba enfrente de mí. Lo único que nos separaba era el mostrador de aquella tienducha de tres al cuarto. Estábamos solos y no parábamos de mirarnos. Como si hubiese un botón en nuestro interior, empezamos a agitar nuestras respiraciones. Él saltó por encima de la barra de madera como cual película de tiroteo y me agarró por la cintura. Me miró una vez más y me besó impacientemente. Nos devorábamos como si no nos hubiésemos visto en décadas. Y casi era así. No lo conocía de nada, solo de verlo comprar allí. Aquel muchacho moreno de ojos castaños recorría mi lengua con la suya como queriendo poseerla. Me acariciaba la espalda y tocaba la cadera. Se sentó en la silla, que la usaba tanto de escondite como de descanso y me hizo ponerme a horcajadas, encima de él. Me acariciaba con urgencia los omoplatos por debajo de la camiseta y yo le devoraba la boca agarrándole fuerte del pelo, haciendo que su cabeza fuese hacia atrás.

Solo quería que me poseyera ahí mismo, que me quitara la ropa y me hiciese suya una y otra vez. Los besos fieros y ansiosos, estaban a la orden del día de la desesperación por calmar nuestra hambre el uno del otro.

Demasiados jadeos que fueron ahogados por los motores de los coches que pasaban por la calle. Él me apartó por un momento, mirándole sin entender que era lo que pretendía. Se dirigió hacia la puerta y candó. Bajó la pequeña persiana que era la que conseguía que no se viera por aquel cristal. Vino hacia mí con cara de lujuria, observando como sus labios rojos e hinchados hacían una mueca de sonrisa torcida. Suspiré y me apretó con fuerza de la muñeca, arrastrándome hacia el almacén. Me empotró contra la pared y los besos siguieron como si no hubiesen sido interrumpidos. Un deseo demasiado grande se quedó en mi pecho, consiguiendo que me asustase un poco y pidiendo más a la vez. No sabía qué era lo que me podía saciar aquella sensación de desaliento por querer tenerle más de lo que ya le tenía.

Se deshizo de mi camiseta en un soplido. Me miró un instante y volvió a besarme con la misma necesidad que yo sentía. Nunca había sentido esta dependencia por nadie, y menos por un desconocido. Sus labios apetecibles me incitaban a adentrarme en su boca una y otra, sin poder parar. Me mordía el labio inferior y luego el superior. Me agarró del cuello y profundizó aquel beso que me hizo perder la cordura. Se rompió por quitarle la camiseta, casi rasgándola y haciéndola girones. Los pantalones volaron por la pequeña estancia polvorienta. Las piernas me las colocó en sus caderas y se bajó los calzoncillos. Miró hacia abajo, y con una sonrisa, entró en mí. Sujetada por una pequeña barra de metal oxidada, no paramos de besarnos. Era algo adicto entre nosotros. No podíamos parar.

Los gemidos se intensificaban a la vez que nuestras ganas de llegar al borde del placer más alto. Unos minutos más, terminamos extasiados de la gran ola de deseo y placer que nos inundó. Nos colocamos los pantalones en su sitio. Él se puso la camiseta más rápido y yo andaba buscando la mía. Me agarró de la cara, me besó tiernamente y me metió algo en el bolsillo trasero del pantalón. Él se marchó hasta la salida. Salí del almacén para despedirme con la mirada. Saqué aquel papel de su guarida y observé que era una tarjeta.

“Mario– Comercial: 621841366”

¡Nos leemos!
¡Gracias por venir!

3 comentarios:

  1. Vaya relato más subidito de tono eh!! XDD Ains mi niña, tienes la mente pervertidilla?? =P Pues ala a por los comerciales de la zona XD Un besote enorme!!

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  2. Eso, eso. Vaya con el comercial ante todo no se olvida de los negocios pese al encontronazo jajaja. Todo muy erótico y calentorro, ha estado molto bene.

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  3. Necesitas tirarte a un comercial. ¿Por allí no te dan el coñazo los del gas o la luz o algo parecido? Si no, buenos son los testigos de Jehová.
    Necesitas desinflamar esa vena que tienes ahora mismo.

    Un beso

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